Escríbame

Era de noche y caminaba por la calle con cuaderno y lapicero en mano, hablando en voz alta sobre mi próximo escrito. Cuando de repente un hombre me abordó, se veía claramente que era un hombre de mal vivir y sus ojos parecían perturbados

Joven no pude evitar ver que es un escritor, yo siempre soñé con ser parte de un libro. Escritorcillo por favor nárreme en uno de sus cuentos o hágame inmortal en una canción.

Gracias, pero lo siento no creo poder ayudarlo, no soy tan conocido para volverlo inmortal.

Al decirle eso parecía enloquecido y supe que seguiría insistiendo.

Chico de las letras por favor tienes que escribir de mí, quiero que mis hijos sepan que fui un buen hombre, deseo que mi esposa sepa que la quise.

Quizá fueron sus gritos o su forma de pedirlo lo que me asustó y le dije: Hombre por favor suélteme, no puedo escribirlo si no lo conozco a usted.

Su mirada cambió y denotaba pena, era la petición de un hombre que quizá lo había perdido todo.

Escritorcillo por favor inventa algo bueno sobre mí que tape mis errores, que me haga eterno sin importar los errores que les hice sufrir.

Dígame su nombre y lo haré, déjeme conocerlo y lo intentaré.

Joven usted no lo entiende, podría ser un Juan o un Pedro, lo que realmente importa es que haga importante a un extraño sin nombre, a uno más del aquel montón que es el resto.

Por favor no llore, yo escribiré pero por favor necesito que me diga quién es usted.

Escritor le ruego que me haga importante, que me escriba como un rey, como un empresario, como un buen padre o al menos el buen hombre que no pude ser.

El brillo de la luna estaba sobre él y le dije: No llore que lo haré, yo escribiré, pero créame que lo más importante es que sepa que nunca es tarde para poder cambiar y que Dios le puede ayudar.

Escritorcillo es usted muy bueno pero no lo entiende ya es tarde para mí solo escriba de mí y háganos importantes a aquellos que nunca pudimos serlo.
Haga sentir valioso aquellos que desperdiciamos la vida en nuestros vicios, que alejamos a nuestros hijos a costa de golpes, que perdimos a nuestras esposas en la amargura del alcohol.
Hágame creer que al menos en un libro puedo ser amable, que puedo abrazar a mis hijos o que puedo recibir nuevamente las caricias de mi mujer.

Aquel hombre no dejaba de llorar y pedir milagros, así que lo abracé y le dije: Yo escribiré a cerca de usted pero prométame que no se rendirá y que le dirá todo eso a su familia.

Me miró con tristeza, como quien sabía que eso era imposible, me agradeció y mientras se marchaba y se perdía de mi vista como una sombra en la oscuridad gritó: ¡Gracias hombre de las letras por volverme inmortal!

Aquel grito fue lo último que supe de él, pero ese pedido fue suficiente para hacerme recordar lo importante de la vida y que la única forma de sentirnos inmortales en este mundo es siendo amados por nuestros seres queridos y por Dios.

Quizá eso era lo que quería aquel hombre, el poder sentirse querido, sin importar que solo sea por un escritorcillo.




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