Me olvidé de pensar en mí, que yo también tengo sueños propios, de que yo no puedo ayudar a los demás si no me siento feliz de ser quien soy.
Por ratos me olvidé de pensar en el futuro, de que no existe eso de “vivir solo el momento” es necesario dejar un legado, pensar que todo tiene consecuencias.
Me olvidé de que no puedo solo, necesito la ayuda de las personas que me rodean, requiero de aquellos detalles y ayuda divina sin las cuales no sé vivir.
Por momentos me olvidé de que necesito más acción, no se puede pensar todo el tiempo, se necesita hacer las cosas, actuar para lograr los sueños.
Me olvidé de la verdad, me he dejado llevar por tantas historias que me olvidé lo que era cierto para mí, que la verdad es una sola y solo eso debo seguir.
Por instantes me olvidé de enfrentar mis miedos, permití que eso me dominará y me impidiera ser mejor, me frenó a convertirme en lo que aspiraba ser.
Me olvidé del amor, sin querer el odio había dominado mi interior, me di cuenta que no quería convertirme en un ser gruñón y miserable.
Por mucho tiempo me olvidé de perdonarme, cargaba con la culpa de mis errores y de mi ignorancia, no se puede avanzar con tanto peso.
Me olvidé de los finales, acostumbraba a ponerle puntos suspensivos a los párrafos de mi vida, sin embargo, hay cosas que se debe dejar atrás.
Por un santiamén me olvide que el conocimiento es vano, todo lo que se sabe o se aprende si no lo utilizas no sirve de nada, hay que vivir lo que se dice y se escribe.
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