Reflexionando me doy cuenta que nunca comprendí que todo tiene una fecha de caducidad.
El colegio parecía eterno, despertarse cada mañana para, soportar aquellas clases que parecían interminables, hasta que te das cuenta que sí había un final.
Continuar hacia la universidad o el instituto, aprendiendo nuevos cursos, vivir nuevas experiencias, sin pensar que duraría tan poco.
Encontramos amistades que creemos que serán eternas, pero el tiempo pasa y te das cuenta que los amigos cambian y sin quererlo se alejan.
Las jornadas laborales a veces se hacen eternas, hasta que cambias de empleo y sientes nostalgia del trabajo que dejaste atrás.
En nuestra búsqueda por encontrar el amor verdadero, tropezamos con personas que nos hacen creer que no existe un fin, hasta que la historia concluye.
Todo parece tener una fecha de caducidad solo que no lo sabíamos, no entendíamos que debíamos aprovechar el tiempo que nos tocaba vivir.
¿De haber sabido eso quizá hubiera jugado más cuando era niño y no me hubiera preocupado por crecer más rápido?
¿De haber comprendido cuán corto era el tiempo no me hubiera hecho tantas preguntas sin respuesta en mi adolescencia?
¿De haber entendido que todo se acabaría habría disfrutado más de la amistad y me hubiera divertido más con aquellas personas que ya no están?
¿De haber sido más sabio hubiera sido un poquito más cuidadoso con mi corazón o hubiera decidido pasar más tiempo con la persona amada?
¿De haber sido más listo hubiera dejado los miedos atrás y hubiera disfrutado un poco más de aquellas etapas que ya no volverán?
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