Aquel salón de clases en donde existen tantas historias y en donde la mi mente se llena de tantos recuerdos.
Lo que más recuerdo es aquel sentimiento de estar enamorado, no era tan maduro como ahora y el amor se sentía diferente.
Realmente todo se sentía diferente, era como si todo lo podías sentir al límite, teníamos las emociones a flor de piel, no pensábamos en consecuencias a largo plazo.
Mirar a esa persona que me gustaba y tener tanto miedo de hablarle, jamás poder verla a los ojos, mucho menos poder confesarle lo que sentía debido a la timidez.
Saber que pasaban los meses y se acabaría el año escolar, ingeniar mil y un estrategias para llamar su atención cuando lo valiente era sencillamente presentarme.
Estar escuchando al profesor y de repente la miraba, el mundo parecía detenerse y me perdía media clase por culpa de aquella emoción de verla.
Ir al recreo y peguntarles a los amigos todos los datos posibles para ver si existía alguna posibilidad de poder conquistarla.
Motivarme con algún dibujo, película o libro que me de alguna señal de que le gusto o una inspiración para no rendirme.
Sabía a esa edad que era muy novato en el amor, de que quizá con los años me iba a dar cuenta que ella no era mi pareja ideal, pero no podía evitar sentir.
Afortunadamente esa etapa ya terminó y la madurez me ayudó a pensar mejor el destino y a ser más valiente para decir lo que siento.
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