En algunos momentos de nuestra vida, no nos damos cuenta que comenzamos a ponerle precio a nuestra felicidad.
Esos momentos cuando estamos esperando que ocurran ciertas cosas para que entonces podamos sentirnos bien.
Lo peor de todo es que muchas veces aquellas cosas demoran en llegar o peor aún, sencillamente ocurre que nunca se da.
Y mientras eso ocurre nos desesperamos, renegamos de nuestra suerte, nos extraviamos de lo que realmente debería hacernos felices.
No somos dioses que podemos controlar las cosas, no podemos moldear el destino para darnos siempre buenas noticias.
Habrá momentos en donde tendremos que contentarnos con lo poco que tengamos, obviamente manteniendo vivo nuestro deseo y esfuerzo de crecer.
Lo importante es no perder aquello que realmente tiene valor en nuestra vida, no permitir que nuestras actitudes se vuelvan hostiles por el entorno que estamos viviendo.
Sé que es difícil sonreír cuando todo parece estar yendo cuesta abajo, que sentirse tranquilo es casi imposible cuando el mundo parece estar en tu contra.
No todos los días son brillantes, habrá que pasar por tormentas, por desiertos hostiles, por ríos impetuosos mientras caminamos por la vida.
La diferencia es que esos momentos pueden sacan lo mejor del ser humano, si tenemos fe, si nos mantenemos firmes, podemos atravesar todo eso y mucho más.
No nos desesperemos deseando algo que no depende de nosotros, luchemos cada día hasta que las buenas noticias comiencen a llegar, esperemos valientemente hasta que brille el sol nuevamente.
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